Había quedado con Berardini a las siete en la puerta. Aunque sabía que él no llegaría antes de, al menos, quince minutos después de la hora acordada yo había llegado puntual. Cuestión de carácter o, tal vez, tenía miedo de que, por una vez, se adelantara y ya estuviese dentro a mi llegada, lo que me hubiera obligado a buscar entre los grupos que ya se agolpaban alrededor de las mesas que contenían el frugal aperitivo.
Al verme esperando sonrió ligeramente y sin detenerse se dirigió al interior de la sala. Allí, el recién elegido “Conseller de Districte” acababa su discurso de inauguración mientras jubilados venidos de todos los confines de nuestra ciudad daban cuenta de los últimos canapés.
Diez minutos más tarde comenzó el baile. Creo que era la primera vez que tanto yo como Berardini acudíamos a un acto de este tipo, yo aún no entendía porqué él me lo había propuesto y, sobre todo, porqué yo había aceptado. Aunque había mucha gente bailando nos mantuvimos sentados cerca de la pista como si estuvieramos esperando, intentando ocultar nuestra impaciencia, que nos sacaran a bailar. Después de dos o tres pasodobles me levanté para ir al lavabo y al volver me quede de pie apoyado en la pared justo al lado de Berardini.
Miraba con cierta envidia cómo las parejas se deslizaban por la pista olvidando sus artritis o el último ataque de gota que sufrieron anteayer y no me di cuenta de como se colocaba justo a mi lado una mujer cuya mirada había cruzado la mía desde el otro lado de la sala unos minutos antes.
“Es hora de bailar ¿no se anima?” dijo sonriéndome después de unos instantes e inmediatamente se acercó a la pista de baile . Allí, ante mi indecisión, bailó sola primero y con otra mujer algo mayor que ella más tarde, una canción que nunca antes había escuchado. Al acabar volvió de nuevo hacia nosotros pero esta vez se colocó frente a mi a tan ni siquiera diez centímetros del extremo de mi algo más que incipiente barriga, mirándome fijamente mientras una ligera sonrisa nacía de unos labios que los años habían afinado sin llegar a estropear. Me quede inmóvil, casi sin respirar, Berardini me miró con una expresión cercana a la lascivia. No supe reaccionar, no sabía que esperaba ella de mi . Todavía estuvo unos instantes así, sin dejar de contonear su cintura, insinuante, provocativa a mi parecer, pero pronto , supongo que al ver que yo no hacía ni decía, decidió buscar refugio en un rincón de la sala , se sentó otra vez frente a mi esta vez con su mirada perdida reposando en las baldosas todavía sin desgastar de la zona de baile.
Volviendo a casa Berardini me preguntó por qué no le había dicho nada, por qué no le había preguntado ni tan siquiera el nombre, “ la mujer más guapa del baile se te pone a tiro y tu ni caso, ¡ buen momento para empezar a hacerse el duro, amigo!.
Aunque su actitud era más propia de una jovencita buscando compañía que la de una señora de su edad llevo toda la noche haciéndome las mismas preguntas ….
Empieza la Liga, Força Barça.
A. Paragot